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viernes, 14 de febrero de 2020

LR


La plaza redonda de la escuela, está acá, en mi barrio, sigue acá.
Cómo siempre, recordando de dónde venimos.
A la que veníamos de niños en bici.
Cuando las palizas de realidad no calan tan hondo.
Que inocentes que éramos.
Cuando creíamos.
Cuando nos comíamos el mundo en nuestras manos.
Cuando soñabamos.
Cuando la sangre no llegaba al cielo, para nosotros, al menos.
Ahora pasaron los años.
Nos venimos viejos.
Nos damos cuenta que vivimos entre la miseria que genera un sistema de mierda que está inmiscuido en lo íntimo, en todo.
Y seguimos creciendo.
Y empezamos a peinar canas.
Y nos vemos empapados en esa miseria, esa que generó el caldo de cultivo en el que hoy nadamos y nos cansamos de mandarlo. Algunos dicen que daremos a luz al mundo nuevo.

¿De que mundo nuevo me hablan?
¡Para eso hay que meterle!
Si estará lejos otro caminar que no todos quieren cambiarlo, algunos por grises, otros grandes teóricos, el status de militancia, ser "cuadro" en ésta etapa.
Hay quienes quieren largarle al capitalismo, al sistema, parece broma proviniendo de opresores, falocentristas, hijos sanos del patriarcado.
Ser obsecuente y llamarte al silencio te hace cómplice, te hace culpable.
Cuando le largo al capitalismo le tengo que largar al patriarcado.
No de la boca para afuera, ¡Ojo!.
Es difícil cuestionarse, más todavía cuando no vemos los privilegios en nuestras propias narices.
Capaz que otros solo quieren la revolución de los hombres trabajadores y no de todo el conjunto de la clase.
Hay que concordar para direccionar.
Hay que andar en los pies del otro por más que cueste.
Hay que olvidarse lo sabido.
Hay que desarmarse.
Hay que rearmarse, en función al destino.
Sabiéndose no ser el ombligo.

Si habrá que cambiar para que la felicidad sea completa y no un efecto de liviandad mercantil que se nos pega en el inconsciente sistemáticamente.

Y mientras tanto seguimos viviendo, igualmente.

Y tratamos de caminar bien con las patas chuecas.

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